lunes, 14 de enero de 2008

El sabor de las hierbas aromáticas

Lo bueno que tienen las plantas, como los vientos, es que ignoran las fronteras. Y mejor si son silvestres o casi domesticadas, como ocurre con el romero, a quien tanto sentimos y olemos en los guisos, asados e infusiones de los pueblos del norte de Africa, como aromatizando el humo al cocer una paella en Levante, o tapando con sus ramas las orzas de los encurtidos en cualquier parte del mundo, sin cuyo aroma perderían su frescura y su picante encanto. Lo mismo ocurre con la menta o la marialuisa (hierbaluisa, hierba cidrera, por el aroma a limón, o de la princesa).

Estas hierbas tienen la virtud de no ser alimentos básicos, pero sí imprescindible, porque sin ese sentido final que ofrecen, el comensal siente que algo le falta. Constituyen la diferencia.

Y sino prueben a poner en una hermosa copa de cristal, simple agua ─mejor mineral─ un cubito o dos de hielo, un par de tallos de menta fresca, una hoja de marialuisa y bautíce el invento con un atractivo nombre. Cuando se acerque ese fresco cristal a los labios y perciba el delicado perfume de las hierbas, la simple agua fresca con recuerdo a limón le sabrá a gloria en un día de calor.

Si usted está enamorado-a y es muy cursi, puede llamar a esa bebida un "Cuchi-Cuchi", pero si pasa de esas tonterías porque ya van a cumplir los 25 de casados, llámele simplemente "Agua Fuerte" Al menos sorprenderá a los amigos.

A las hierbas aromáticas no hay que echarles nada, sólo imaginación. Se prestan a ello.

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