miércoles, 30 de enero de 2008

Trucos de padres primerizos

Cada padre sabe lo que funciona con su hijo, más allá de lo que ha leído o le han contado. Varios padres nos explican cómo han conseguido que su niño deje de llorar, duerma solo o se siente en la sillita del coche sin armar un numerito. Toma nota de sus trucos y cuéntanos los tuyos.

Problemas para dormir

Carmen se plantó ante la psicóloga, desesperada porque no encontraba la manera de dormir a su hijo Héctor antes de la una de la madrugada. Lo había intentado con el método del doctor Estivill, dejándole llorar; también había probado a que se durmiera antes metiéndose con él en su cama y, más tarde, permitiendo que se acostara en la suya.

«Finalmente solo funcionaba meterlo en la sillita del coche y darle un paseo, aunque se despertaba al entrar en casa», cuenta Carmen. «Fui a la psicóloga y le dije: “Lo he probado todo y nada funciona”. Y ella me dijo que ese era el problema».


Le aseguró que la mayoría de las veces no es tan importante el método como el ser constante durante varios días, semanas incluso, hasta que el niño integra el ritmo en su vida. «Me explicó que probablemente yo misma le estaba volviendo loco con tantos cambios, y que Héctor no sabía a qué atenerse. Efectivamente, seguí un método durante semanas y al cabo de un mes empezó a dormirse a las nueve y media de la noche. No me lo creía».

Abre puertas y cajones

El mecanismo de los cajones fascinó a Helena. En poco tiempo desarrolló gran fuerza en el arte de abrir y cerrar, excesiva para su madre, que observaba con horror el brío y despreocupación con que manipulaba todo cajón que encontraba a su paso.

Tras un tiempo de gran de estrés, decidió dejar de correr detrás y permitir que ocurriera lo inevitable. «Entendí que no era tan grave y que, o me pasaba varios meses asustada detrás de ella, o le dejaba pillarse los dedos un poquito, y en ese caso ya veríamos… ». Mano de santo. Un día escuchó un grito agudo, un llanto que consoló durante unos minutos, y ningún cajón en su casa volvió a ser abierto con fuerza e inconsciencia. «Ahora los cierra despacito, despacito», comenta la madre, feliz.

No para de llorar

Juan es de los que se pone a llorar a la mínima y su llanto parece que no va a acabar nunca. Se cae y, aunque no se hace daño, llora desconsoladamente; no consigue alcanzar su osito de la mesa de la cocina y se pone a berrear como si fuera lo último que va a hacer en la vida. «Al principio no sabíamos qué hacer –explica José, su padre– pero luego dimos con la solución».

Hay llantos y llantos, algunos tan justificados que solo se calman con apoyo emocional y un buen abrazo, pero otros tan tontorrones que no se apaciguan más que distrayendo la atención del pequeño. En esta línea, José se dio cuenta de que, para el tipo de llanto tontorrón, no hay nada más barato y fácil que poner y quitar la mano en la boca de su hijo cuando llora, produciendo el sonido del indio en pie de guerra. Sorprendido por el sonido que sale de su boca, Juan deja casi siempre de llorar para reír y, eso sí, pasar un buen rato pidiendo que se repita la historia. Cuanto más pequeño es el niño, más posibilidades de éxito.

Desconfianza de sus padres adoptivos

Francisco y su esposa María adoptaron a Víctor cuando apenas contaba el año. El día que lo conocieron en el orfanato, Víctor no miraba a los ojos a sus nuevos padres; no era alegre ni ruidoso, sino un bebé tímido y desconfiado. No lloraba mucho, tampoco reía; lo observaba todo muy serio y mantenía las distancias físicas.

Francisco decidió tirarse al suelo ese primer día para estar a su altura. Desde allí le hablaba y de vez en cuando juntaba su cabeza con la del bebé dándole un suave cabezazo, hasta que el pequeño, bien entrada la tarde, arrancó la primera sonrisa en uno de esos cabezazos. Al día siguiente fue el niño quien acercó su cabeza a la de su padre cuando estuvieron juntos.

No respeta las carreteras

Lucía, de casi dos años, no quería distinguir aún entre la calzada y la acera. Por mucho que Marta, su madre, se lo advertía y le explicaba eso del muñequito verde del semáforo, ella no lo entendía.

Marta sufría cada vez que salían a la calle, hasta que un día le dijo: «Si sales corriendo y te pilla un coche, que sepas que te mueres». La pequeña abrió los ojos como platos y, desde entonces, se coge a la mano de su madre con fuerza antes de cruzar cualquier calle. Por supuesto, no sabe lo que es morir, pero le debió de sonar fatal. Después, poco a poco, le enseñaron eso de: rojo parar, verde pasar. La espera ante el semáforo es un juego, y si alguien intenta cruzar antes de tiempo (niño o adulto), se queda sin postre, incluidos el resto de los viandantes. Por fin ha aprendido.

No quiere sentarse en la sillita del coche

Si montar a un niño en el carrito en contra de su voluntad es complicado, subirlo a la sillita del coche lo es mucho más. Por el poco espacio del que disponemos para maniobrar y por la incómoda postura que adoptamos para hacerlo. Aun si lo conseguimos, escuchar al niño berrear mientras sacamos el coche del garaje es un martirio.

Leonor hizo un descubrimiento que la salvó: una canción de los años 80 calmaba el llanto del niño de tal manera que, al escucharla, se quedaba como hipnotizado y dejaba que le abrochara las correas. «Si me lo cuentan no me lo creo», asegura la madre: «En cuanto suena la música cesa todo llanto y resistencia; lo he intentado con otras canciones, pero no funciona, es solo con esta, se ha convertido en un CD insustituible en mi coche. Aconsejo a todas las madres que busquen cuál es el que gusta a sus hijos».

Para que coma él solo alimentos enteros

María del Mar y Paco lo tuvieron claro desde el primer momento y a eso atribuyen que Marcos, a sus 23 meses, coma de todo, y además utilizando los cubiertos con maestría. Imposible, dirán algunos padres. Pues, en realidad, no les resultó tan difícil.

Desde el día en que Marcos dio muestras de querer comer solo el yogur le dejaron. Aunque esto les ha costado poner el doble de comida en el plato (la mitad iba fuera) y lavar cientos de baberos. El resultado, sin embargo, es alentador: carne, pescado, fruta y verdura, todo solito. La clave también es que siempre le han dado los alimentos enteros.

«Cuando le salieron los dientes con siete meses, empecé a darle manzanas y plátanos; los raspaba con sus dos paletillas. Más adelante empecé a ponerle la verdura, muy cocida aunque siempre entera, a cuadraditos, de manera que él tomaba unos trozos y dejaba otros. Comía calabaza, zanahorias, patatas… Y se dejaba los guisantes», afirma su madre. «Entendí que él necesitaba saber qué comía». Ella, además, nunca le ha presionado para comer. «Si no tiene ganas o no quiere algo, no le fuerzo.

La gente me decía que estaba muy flaco, pero es un niño sano, ágil y come de todo», afirma.

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